martes, 18 de junio de 2024

La teoría del padre Horst Seehofer: cuidadores y monjes


      Algunos lectores recordarán a mi amigo el padre Horst Seehofer que vive en Japón. Es un fraile benedictino alemán, que habita en unos de los pocos conventos que existen en aquel país. Horst está en Senday que es conocida como la “Ciudad de los Árboles” y allí ejerce sus labores pastorales. Senday está unos trescientos kilómetros al norte de Tokio, en la región de Tohoku, de poco más de un millón de habitantes. Ayer le estuve contando cómo me va en esta nueva faceta de mi vida, la de “cuidador”, me escuchó con enorme atención y después dijo:

      ─¿Sabes que puede haber una gran conexión entre una vida como la mía, de monje, y la de un cuidador? Estamos, ambos, en un viaje, un viaje hacia la compasión y la trascendencia.

      Me quedé un poco confuso, balbuceé algo así:

      ─No sé,... ¿cómo?...

      Horst prosiguió:

      ─Observa. A primera vista, la imagen de un monje benedictino dedicado a la oración y la contemplación en un monasterio austero y la de un cuidador de un enfermo en el entorno íntimo y desafiante del hogar, parecen mundos totalmente distintos. Sin embargo, bajo la superficie de estas dos realidades aparentemente dispares, creo que se oculta una conexión profunda y significativa que se basa en valores fundamentales como la compasión, la paciencia, la aceptación y la trascendencia. Tanto nosotros los frailes, como vosotros los cuidadores de enfermos, compartimos una profunda vocación de servicio y entrega al prójimo. Los monjes dedicamos la vida a la oración, el estudio y el trabajo manual, no solo para el propio crecimiento espiritual, sino también para servir a Dios y a la comunidad. De manera similar, los cuidadores dedicáis vuestro tiempo y energía a brindar atención y apoyo a los seres queridos, sacrificando a menudo las propias necesidades y deseos para garantizar el bienestar de la persona a la que cuidáis.

      Sus argumentos me cogieron un poco de sorpresa y no supe qué contestar ni qué decir. Al padre Horst le vi muy inspirado y él ─al ver mi despiste─ siguió diciendo:

      ─Mira, debes tener en cuenta que la compasión y la paciencia son pilares fundamentales tanto en la vida monástica como en el cuidado de los enfermos. Los monjes tratamos de cultivar la compasión a través de la meditación, la oración y la reflexión, intentando ir aprendiendo a comprender y compartir el sufrimiento de los demás. De igual manera, vosotros, los cuidadores desarrolláis una profunda empatía y paciencia ante las dificultades y desafíos a que se enfrentan vuestros seres queridos, brindándoles apoyo emocional y físico con amor y comprensión. Ambos, tú y yo, los frailes y los cuidadores, nos enfrentamos a la realidad de la impermanencia y la fragilidad de la vida. Los monjes, a través de la vida contemplativa, aceptamos la muerte como parte natural del ciclo de la vida, encontrando paz y trascendencia en la conexión con lo divino. Los cuidadores, por su parte, aprenden a aceptar la progresión inevitable de la enfermedad y a encontrar significado y propósito en el cuidado amoroso y compasivo de sus enfermos.

      Le dije lo siguiente para tratar de ordenar mis ideas:

      ─Sí, sé que vosotros, en el camino de la vida monástica, buscáis alcanzar la paz interior y la trascendencia a través de la oración, la meditación y el estudio espiritual, pero ¿quieres decir que, de manera similar, los cuidadores, a pesar de las dificultades y desafíos a los que nos enfrentamos, podemos hallar momentos de paz y trascendencia en la conexión profunda con nuestros seres queridos, en la práctica de la compasión y en la aceptación de la realidad presente? ¿Es eso?

      El padre Seehofer exclamó:

      ─¡Sí, eso es! ¡Exacto! Fíjate que la conexión entre un monje y un cuidador no se basa en similitudes superficiales, sino ─como antes te dije─ en valores profundos y compartidos como la compasión, la paciencia, la aceptación y la búsqueda de la trascendencia. Ambos, desde nuestros diferentes roles y experiencias, aprendemos valiosas lecciones sobre el servicio al prójimo, la importancia de la empatía y la capacidad de encontrar significado y propósito en las circunstancias más desafiantes.

      Después, bromeando, le dije

     ─¿No tienes ningún hábito de monje sobrante?


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